Cristina Jiménez Marmolejos está incapacitada de llevar una vida normal. A sus 43 años, vive confinada en su hogar y no por la pandemia del coronavirus.
Una obesidad mórbida afecta a la mujer, cuya expectativa de vida se reduce día tras día, mientras gana cada vez más peso.
La última vez que se subió a una báscula fue en el 2019 cuando tuvo que ser ingresada de emergencia en un hospital, para entonces tenía más de 500 libras, por lo que asume que, dos años más tarde, ya debe haber alcanzado las 600.
La mayor parte del día permanece postrada en una cama. Cuando logra pararse, con suma dificultad y la ayuda de su hermano, se traslada a la galería de su humilde vivienda, donde sobre un cajón que utiliza como asiento, se entretiene viendo hacia afuera o utilizando su celular.
Cristina Jiménez pasa las horas prácticamente sola, puesto que su hermano, con quien vive, tiene que salir diariamente a buscar el sustento de ambos.
Apoyada en un andador, da pequeños pasos que le permiten ir al baño o sentarse frente a la estufa a preparar sus alimentos, cuando los tiene, porque hay días que debe apelar a la caridad de sus vecinos para comer.

Se higieniza como puede, lo mismo para ponerse la ropa y solo sale de su casa si tiene que ir a una consulta médica, porque además de que el sobrepeso le causa minusvalía, se le hace difícil trasladarse a cualquier lugar porque los taxistas no la quieren montar.
Hace poco más de seis años Cristina era una mujer activa. En conversación con Diario Libre narró que trabajaba mucho para mantener a sus hijos, quienes hoy son mayores de edad.
Sin embargo, una fuerte depresión la hizo recurrir a la comida para contrarrestar sus bajas emocionales, lo que degeneró en superobesidad. A la constante ingesta de comida se suman los efectos de un tratamiento médico al que fue sometida por problemas en la columna que le causó trastornos en su metabolismo.